Para renacer de las cenizas siempre hizo falta el fuego. Ese fuego, se llama vivir.

Escribir es mi manera de percibirte.

Voy descalza por tu vida, eso también es poesía.

Créeme que he aprendido más de la vida estando en el mar.

Nuestro último tren se perderá entre la niebla de una estación infinita.

En el ocaso, todos tenemos las alas de un lucero.

Con los pies en la tierra y el alma en otros planetas.

La poesía no sabe de límites.

Píntame la piel con tus besos.

Su sonrisa es una cucarda teñida de rojo en este desierto que se oscurece cuando desaparece el mar.

¿Por qué poesía? Porque el mundo necesita sentir.

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Puedo mirarte el tiempo que haga falta.

Necesito que duermas. Para poder besarte en sueños.

Fuimos un sueño, de esos que brotan desde las entrañas de la propia tierra. Fuimos también un rayo verde que iluminó el cielo, un instante.

Al final nunca supe quién fue el que finalmente se esfumó dentro del sueño que éramos nosotros.

Estoy cansado del silencio penitente, de esta espera de patíbulo, de este condenable estado de cosas que nada tienen que ver con la verdad.

¿Se imagina usted y yo bailando bajo las estrellas la noche fría el firmamento negro? Se cobija en mi abrigo y elige la música, mi abrazo.

Hay palabras que reflejan mi urgencia de decirte, fuerte y suave, que te amo con la sensibilidad enhiesta de mi mirada clavada en tus ojos.

No soy yo la herida, es el latido que muere.